De su mente caótica, brotan los más despiadados intentos de hacer sobrevivir a la memoria, es como si estuviera quieto y en movimiento al mismo tiempo.
Su obra pareciera ser una alteridad convergente, que se abre y se cierra como un corazón bombeando alimento. Y en el centro de su estética, la fulgurante imagen de la oscuridad y la luz, dialogando para revelar la forma; a veces callada y a veces humeante. No hay confort en ello. Por más centrada que llegue a ser una de sus pinturas, dibujos o ilustraciones, hay algo vibrante que no descansa y que parece que está buscando algo. También le suceden otras cosas. A veces su obra desgarra mutaciones del espíritu, que parecieran querer salir a buscar la paz.
Aún en ellas, existe un punto que no se mueve y permanece en la quietud, atenuando la violencia y la tormenta del imaginario pictórico.
Carlos Cea, se arroja sin ningún temor al Abismo. Ya conoce el otro lado del espejo. Se mimetiza con lo que está fuera de orden y lo transmuta en una cálida llama que toma el espacio con énfasis y no lo suelta hasta incendiar completamente la psique del espectador; Su obra desborda las nostalgias y las dirige hacia otros umbrales, destinados a ser, tarde o temprano, descubiertos por la singular experiencia visual que su autor oferta sin ningún capricho a ser visto. Simplemente es. Ya muy abajo, se encuentra con los otros.
Los conoce bien y luego se vuelve a aventar. Sólo que esta vez, hacia arriba, siempre sin miedo.
Andrés Aguilar, escritor.